El Nacional (18/07/05)
El mes pasado, estando en España, tuve la oportunidad de presenciar en Madrid la manifestación contra el matrimonio gay. Había monjas, curas y en su mayoría, un gentío feísimo que no entiendo por qué perdían su tiempo tratando de impedir que los gay se casen, en lugar de intentar que a ellos alguien los quiera.
Esto de que la gente esté a favor o en contra de la homosexualidad es ridículo, también lo es que ellos traten de obligar a quienes no somos a serlo, tal como hacen los gay talibanes que quisieran que constitucionalmente todos pertenezcamos al gremio.
Antes, los condenaron a muerte, luego los llevaron presos, después los segregaron y los internaron en manicomios, más tarde los toleraron y hoy pueden casarse.
Me preocupa que lo que venga es que sea obligatorio.
Ahora, que parte de la humanidad se vuelve más tolerante, es lógico pensar que las personas de un mismo sexo puedan casarse para hacerse la vida imposible entre ellos, tal como hacemos los que nos casamos con nuestro sexo opuesto. Este es el meollo de la cuestión, lo que hace daño no es si la gente que se casa es gay, es el matrimonio en sí mismo lo que nos está volviendo locos a los seres humanos.
Los homosexuales se fregaron con esto del matrimonio, ya no se les podrá llamar gay, que significa alegre, ahora tendrán que conocer el infierno y comenzarán a llamarse sad, que significa triste.
Pronto tendrán el “Día del orgullo sad” y saldrán a las calles a manifestar pidiendo que les vuelvan a impedir casarse.
Pero bueno, creo que ha llegado el momento de a quienes nos gusta casarnos como “manda Dios”, para aprovechar la confusión y pedir que prohíban los matrimonios mixtos, que a mi entender y experiencia, son los que hacen daño.
Casi todas las personas mayores de treinta años que conozco ya se casaron y divorciaron o siguen juntos y se odian; otros, no hayan que hacer con el fastidio y aburrimiento de ser felices juntos.
La gente, en general, casi no puede vivir consigo misma, hay algunos que hasta se suicidan porque no se soportan y, sin embargo, van y se casan para compartir su vida imposible.
Yo me he casado y divorciado seis veces, gracias a que las mujeres ponen en práctica mi ya conocida teoría: no hay cosa que le guste más a una mujer que un hombre que no le convenga.
Los lectores dirán, éste está resollando por la herida ¡Pues sí! Y una herida grande y cara. Yo he perdido 6 apartamentos, 12 neveras, 16 televisores, 15 lavadoras, 22 licuadoras, 5 carros y 1 camioneta que todavía estoy pagando.
Muebles ¡los que quieran! Además, mensualmente, varios tribunales me quitan las tres cuartas partes de los 3 millones que me paga El Nacional.
Lo peor es que todas las mujeres que he tenido y tengo en la actualidad me han montado cachos y ahora viven con ellos en los apartamentos que yo pagué, paseando en los carros que les dejé.
Así que amigos gay, cásense, pero por favor, apoyen a las víctimas para que prohíban los matrimonios No me importa lo que diga o piense la gente. Yo no soy gay, pero si en Venezuela continúan con los matrimonios mixtos y legalizan los otros, yo me voy a buscar un novio para casarme y quitarle todo cuando me deje.
Tengo varios amigos con dinero que además me gustan, porque si me voy a meter no va a ser con un limpio.
Pienso con felicidad que cuando me case con alguno de ellos, le podré llegar tarde, me echaré palos con mis amigotes, no tendré miedo a salir o que él salga embarazado, jugaremos dominó y bolas criollas. Cuando aparezca una cucaracha gritaremos y al final la mataremos los dos, cuando se espiche un caucho lo montaremos juntos o a lo mejor me hago el loco para que lo monte él sólo ¡Jamás! tendremos que subir el aro de la poceta y compartiríamos la subida del botellón de agua hasta el apartamento.
Pero esas son puras ilusiones, porque yo estoy tan salao con esto de los matrimonios, que capaz que cuando consiga a ese hombre ideal será el único en la historia de la humanidad que se devuelva y me lleve una mujer para la casa, y lo peor, que a lo mejor hasta me enamoro de ella y me vuelvo a casar.
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