Las aguas de un extenso jagüey, en la alta Guajira, eran útiles para que la anciana Blanca Robertina enjuagara y se deshiciera del sucio que traían pegado las vestimentas de sus hijos.
Al igual que ella, en la misma zona, se congregaba una significante cantidad de mujeres con rasgos guajiros. Pero no asistían solas. Eran acompañadas por sus pequeñas hijas y nietas, de quienes debían cuidar a diario.
Mientras las manos de las abuelas se dedicaban al oficio del lavado, las niñas, ubicadas más allá de las orillas, se dedicaban a realizar figuras con el barro mojado.
Lo moldeaban hasta dar forma a una extraña figura con cuerpo de mujer y con rostro de apariencia étnica, similar a las de sus compañeras de juego. Se representaban a sí mismas.
Blanca, la menor, no faltaba a la cita doméstica a la que asistían sus familiares. Cada día de su infancia lo aprovechaba, al igual que sus “paisanitas”, para fabricar las más bonitas wayunkerraas.
“Estas son las tradicionales muñecas wayuu. Son de barro y las hacíamos nosotras mismas para divertirnos mientras nuestras tías y abuelas lavaban la ropa”, afirma Blanca Yaneira Fernández de Durán, mientras su pensamiento retrocede y fija en su memoria algunas escenas de su infancia.
“Esperábamos a que se secaran. Luego, las traíamos al rancho para que nuestras abuelas las sometieran al calor. Cuando estaban listas nos dedicábamos a pintarlas y hasta les diseñábamos mantas”.
Réplica artesanal
Las wayunkerraas, de acuerdo con la opinión de Fernández, son la réplica de cómo sus ancestros concebían a la mujer en la naturaleza. “Se afianzaba en ellas hasta su desnudez”.
“La excepción es la cabeza —precisa Ángel Durán, esposo de Blanca Yaneira—. Estos juguetes dan forma a una mujer sentada, pero con rostros de animales”.
“Debido a lo parecido con algunas wayuu de la zona se generaban constantes conflictos entre las amistades. ‘Esta soy yo’ —decían—. Las abuelas decidieron adoptar las cabezas de tortugas, iguanas u otros animales”.
Aunque hoy se fabrican como piezas de colección, María José Yaneira del Carmen Durán Fernández, de siete años, rescata entre sus manos el legado de su mamá y de su bisabuela. En un baúl, la niña resguarda las muñecas que su mamá hizo y que hoy son un honorable legado a su niñez.
Mientras los varones pastoreaban y aprendían el arte de la pesca, las niñas wayuu moldeaban sus propios juguetes, pero sólo hasta poco antes del blanqueo (encierro).
“Cuando se presenta la primera menstruación, el juego con las wayunkerraas se hace historia. Viene la etapa de encierro (durante dos años), para luego presentar a la guajira como una mujer capaz de responsabilizarse de las tareas del hogar y del marido”, cuenta Blanca.
Juego cultural
Para el antropólogo Alí Fernández, las wayunkerraas constituyen un recurso didáctico y pedagógico que contribuye a la educación cultural de la etnia.
“A través de éstas las parientes mayores recreaban historias y anécdotas a sus descendentes sobre el papel que ejerce la mujer en la sociedad”.
Pese a las imágenes de pájaros o animales diversos, la muñeca refleja la belleza y los atributos físicos y corporales de las indígenas.
“Además, es un juego que viene de generación en generación. La tuvieron entre sus manos mujeres que hoy tienen 90 años. Éstas transmiten la continuidad cultural en la que nos mantenemos”.
El antropólogo precisa que estas figuras responden también a un recurso comunicacional. “Ha permitido perpetuar los valores del pueblo y reafirmar la identificawción desde una perspectiva matrilineal”.
“Dentro de esa sociedad matrilineal —explica— la mujer decide y orienta, además de su papel que ejerce como reproductora. Cumple su función de mediadora de conflictos y hace valer su palabra. Es muy respetada”.
Cada pueblo, según Fernández, recrea sus propios procesos lúdicos, determinados por sus contextos y sus propios recursos.
“Hasta ahora la etnia no deja de ser víctima de la globalización y la industria cultural del juego, que está muy separada de las necesidades universales. Nos imponen la barbie, un personaje que no se adapta para nada a nuestra cultura. Y es lo que nos está invadiendo el gusto de nuestras niñas”. Regresar al barro significa regresar a los orígenes.
- Las totumas son los vasos o posillos para beber café o agua. Son piezas artesanales realizadas con la concha de la tapara.
- Un cuadro recrea los rostros de José, María y el Niño Jesús con rasgos indígenas como expresión de un pesebre wayuu.
- Detalles diversos exaltan la fantasía de la decoración étnica. Entre los motivos destacan el karratsee, que constituye un accesorio con plumajes, típico de la indumentaria guajira, así como sus instrumentos musicales y de cocina como estos jarrones.
- Mantas: usadas por las mujeres en el día tras día. Existen variados motivos como el sheies, una manta funeraria en la que envuelven y entierran a los difuntos.
- Sirrat: es una faja larga y angosta que hace parte del guayuco masculino. Los hombres de la etnia lo utilizan para sostener o sujetarse el guayuco y así realizar sus jornadas de trabajo.
- Mochilas o bolsos, elaboradas en hilos. Existen varios modelos como el susuchon, que va colgado a cada lado del guayuco. El susu es la mochila de diario y la ainacajatu es una mochila grande, en la cual la mujer lleva el chinchorro, la ropa y otras cosas necesarias para los viajes.
- Una exhibición de objetos como estos posillos para la leche caliente demuestran, una vez más, la calidad de la artesanía wayuu.
- Sombreros: realizados en hoja de palma y fabricados por los hombres wayuu para jornadas de intenso sol.
Fuente: Revista Diario Panorama Facetas
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