Diez años fueron suficientes para que su inocencia y su pueril fantasía lo trasladaran a un mundo que se descubre y renueva día a día, el arte de crear películas. De esta fijación vio luz “El cadáver vengador”, su primer contacto con este cosmos. “La hice junto a un grupo de primos. Era una película de terror, escrita, dirigida y actuada por nosotros mismos… El resto de mi vida como cineasta ha sido el reflejo de aquella alegría y energía infantil”, recuerda Arvelo.
Aferrado a sus sueños, ha defendido su vocación a capa y espada, como siempre, jugando, herramienta vital en su desempeño. “Esa adrenalina del proceso creativo no tiene par en mi vida. Es una forma de amor, como el que siento por Sebastián, mi hijo. Es inevitable, a pesar de mí mismo”, esgrime entusiasmado.
Todo este bagaje artístico ha sido convocado contra viento y marea, a pesar de los obstáculos, considerando que para la época en que desarrollaba su gusto por la pantalla grande no existían escuelas de Cine en el país y sus padres no tenían el potencial económico para enviarlo fuera, lo que lo hizo nutrirse de libros y de la existencia en sí. “El cine se aprende de la vida, en una bodega viendo a la gente o en cualquier esquina. El arte es así”, confiesa.
Sin embargo, cursó estudios en la Universidad de Los Andes, para ver coronado su presente y futuro con el título de licenciado en Historia del Arte, granja académica que fue completada con el logro adicional de prepararse como guionista y director de cine en The Internacional Film Workshops en Estados Unidos.
En este devenir de “luces, cámara y ¡ acción !”, este paladín cinematográfico y su equipo han sido galardonados con un prontuario avasallante de casi 50 premiaciones internacionales, concedidas por distinguidas instituciones como el Festival de Biarritz, el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, el Premio de la Prensa Internacional “Glauber Rocha”, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Grand Prix des Amériques, Golden Egret, los Premios ANAC (Asociación Nacional de Autores Cinematográficos), el Festival de Cine Venezolano y el Premio Internacional Titra, honras que asegura imposibles de lograr en soledad “porque una película no es una obra singular, es un proceso colectivo”, reconoce con el carisma que lo identifica.
El cine, más que su pan de cada día, es un vicio imposible de abandonar porque le dispensa “la posibilidad de vivir otras vidas, otras historias distintas a la mía”, aunque está ciegamente persuadido de que la suya no tiene algún parecido con estos carretes histriónicos.A pesar de tener que lidiar con la burocracia y de contar con escaso tiempo libre, no cambia su profesión por nada del mundo, a tal punto de afirmar que la pantalla grande venezolana promete “un futuro magnífico, el presente me da razones para decirlo, sobre todo el de los jóvenes que aún no han sido vistos, pero que están prestos para salir del horno”.
Sus filmes son, sin mayores pretensiones, el reflejo de sus emociones, estremecimientos e impresiones que lo rodean, tratando de hacer “obras de temas que me conmuevan o me afecten. De no ser así, no las hago”, concluye con el frenesí que nutre su latir fílmico.
Fuente: Cosmo Guayana
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