“Prestigioso guitarrista clásico internacional"
No sucede con cualquier música, casi con ninguna. Aquella que salía de la guitarra de Alirio Díaz, de cada cuerda que rozaban sus larguísimos dedos, en una especie de entrega hipnótica, llenaba de un aura inexplicable toda la casona colonial que habita en Carora. Producía una especie de adormecimiento, como si la sangre se hubiese congelado y a la vez estallara en hormigueos, algo que sólo se parece a la sensación de estar enamorado. Eso, indescriptible, tuvo respuesta en lo que él más tarde definió como “el placer del sonido”.
“Antes de nacer ya sabía que iba a ser guitarrista, por mi abuelo materno, Cruz María Leal. De él heredé el instrumento y, lo más importante, la sangre de músico”.
Su casa de Carora (Estado Lara, Venezuela), asegura que viene desde la Colonia. Vascos, españoles y canarios marcaron una Venezuela musical y, por supuesto, una cuna larense de virtuosos, como Rodrigo Riera. “No porque sea caroreño, pero en él emergía ese don de los genios”, defiende. “También tenemos la fortuna de contar con muchos poetas y la poesía es hermana de la música”, agrega.
En ese ambiente, en La Candelaria, un caserío de La Otra Banda, a 30 kilómetros de Carora, a los ocho años ya tocaba la guitarra. A esa edad se produjo un momento memorable en su vida. El escenario era la pulpería La Felicidad, de su papá Pompilio Díaz. “Interpreté un par de canciones. Mi hermano Fulvio me acompañó en la guitarra, entre los presentes dijeron: ‘Ese muchachito canta tan bonito, en estos cardonales ¿cómo es posible?, pero es que no sólo canta bonito sino que tiene buena dicción’. Yo no sabía qué era eso, busqué un diccionario viejo que tenía para ver qué habían querido decir. Hoy lo recuerdo como uno de los mejores piropos que he recibido”.
Dos patrias, un corazón
Al guitarrista le sobran reconocimientos para sus guías. De La Candelaria fue a Trujillo donde estudió con Laudelino Mejías. Se formó en la Escuela Superior de Música de Caracas con Raúl Borges, estudió composición con Vicente Emilio Sojo e historia y estética de la música con Juan Bautista Plaza. Recuerda especialmente a Antonio Lauro y al indígena paraguayo Mangarelli. Llegada la hora de romper fronteras, a los 27 años ingresó al Real Conservatorio de Música de Madrid, recibió clases de Regino Sanz de la Maza y Andrés Segovia en la Academia Chiggiana, pasó a ser asistente de sus maestros y después titular de cátedra. Comenzó a recorrer los escenarios internacionales más privilegiados.
“Después de tanto viajar me enamoré de Italia y la hice mi segunda patria, allí encontré la misma luna de Carora, pero sin las serenatas (risas). Nápoles, una de las cunas de la música, es la ciudad más latinoamericana de Europa. Su entrega y aportes lo hizo ciudadano honorario de Alejandría. En 1987 la OEA le otorgó el Premio Interamericano de Música.
Tanto mundo recorrido, “el amor a la ciudad, esa devoción y cariño”, le hicieron volver al punto de origen, a la tierra que lo alumbró el 12 de noviembre de 1923. La percibe y se la bebe paso a paso cada mañana, recorre sus calles adoquinadas, su zona colonial, sus templos. “Amo a Carora, su arquitectura, está cada vez más bella”. La disfruta también en la mesa: “Me encantan el queso criollo, la mantequilla y la sangría caroreña”.
A usted se le considera un genio
“Es un piropo simplemente, muy bello”.
¿Cómo recibe el concurso internacional de guitarra Alirio Díaz?
“Es un homenaje que agradezco de corazón, atrae a guitarristas de muchas partes del mundo, latinoamericanos, japoneses, hasta de países árabes... Yo nací con la vocación de enseñar, no sólo soy guitarrista y compositor”.
¿Cómo observa el movimiento musical en Venezuela?
“Hay una evolución muy positiva y bien encaminada, orquestas sinfónicas, de cámara...”.
¿Qué piensa de la música que invade la radio: “Dame más gasolina”, “Tú eres mi cachorrita”?
“No pienso, no pienso...”.
¿El primer amor?
“Mi primer amor fue la guitarra. La música es amor, la belleza de la mujer es musa, no se puede hacer música sin inspiración”.
¿Ha tenido muchas musas?
“¡No tantas como yo quería! (risas)”.
¿Cómo es su relación con la guitarra?
“Es el instrumento más humano, canta, transmite la melodía, el placer de la armonía, la belleza de un acompañamiento. La acaricio todos los días, siempre, le digo: ¡mi amor, no me regañes!. Se pone nerviosa y me pone nervioso a mí también. A veces peleamos, me da un pescozón y yo le doy uno también”.
¿Es en broma o en serio?
“Puede ser en broma y también en serio”.
Un año magistral
Dictará clases magistrales para avanzados en la Escuela de Música Juancho Querales, de Carora, institución que él preside.
Consolidará la casa-museo Alirio Díaz donde muestra su colección de instrumentos cordófonos (entre ellos el arpa del Indio Figueredo), obras de arte, piezas líticas y cerámicas recolectadas por él, objetos de usos y costumbres (incluyendo cuerdas para guitarras de tripas de chivo como las que hacía su mamá).
El lugar también acoge el centro de documentación e investigación con su archivo musical, audiovisual, epistolar, partituras impresas y manuscritas, carteles, fotografías y hemerografía.
En el marco del concurso internacional inaugurarán la biblioteca que recoge obras que considera fundamentales, su producción literaria, que además contiene su autobiografía, Al divisar el humo de la aldea nativa.
Confidencias
“El reconocimiento alcanzado en Europa me exigió etiqueta. Los comportamientos sociales son importantes. Yo tuve que aprender a comer, lo hacía como en La Candelaria, agarraba la cuchara así (describe una maniobra que arropa todo el mango del utensilio, y ríe con ganas). Una novia, María Josefina Tejeras, me enseñó el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, me dijo: No comas así, agarra los cubiertos así... (risas).
Me casé con una criolla italiana, Consolina. Con ella tuve mis cuatro hijos: Senio Alirio, (nombre que recuerda al hijo de Remo, fundador de Roma), quien también es músico y compositor; María Isabel, directora de la fundación Alirio Díaz, Josefa y Tibisay, virtuosa de la flauta. “Cuando fui a bautizar a Tibisay el sacerdote me preguntó por qué no le ponía un nombre bíblico. Le respondí que en Venezuela hay una santa llamada Tibisay, era mentira, es el nombre de una princesa india”.
Fuente
[El Informador]
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