El joven barquisimetano, quien colabora regularmente con directores de la talla de sir Simon Rattle, Claudio Abbado y Daniel Baremboim, es el testimonio de que Venezuela es mucho más que politiquería y corrupción. Gustavo Dudamel brilla en su tierra nuevamente, pero más que un director de orquesta parecía un mágico tejedor.
Estaba como tejiendo sonidos. Con la batuta a modo de aguja tendía y destendía la madeja de hilos. Los arcos de las violas y violines bailaban al compás de la varilla principal. Su cuerpo parecía la fuente de tanta música, de tanta energía...
A veces inhalaba melodías completas. Cada frase en un respiro, para luego soltarlas por los cabellos. Sus rizos se estremecían a cada impulso.
Brusco, enérgico, brutal, cuando el arreglo lo exigía. Suave, sutil, casi un susurro, si de secretos se trataba.
De pronto tomaba un racimo de notas para sostenerlas en el aire, luego las soltaba en el momento preciso. ¡Blum! De la palma de su mano parecían salir rayos que terminaban en explosiones de percusión.
Pero Dudamel no es egoísta, no buscaba toda la atención. El chelista sueco Daniel Blendulf salió para ser solista en el Opus 107 de Schostakovich. Y el director se hizo invisible sin llevarse su energía. Allí seguían sus músicos acompañando al virtuoso invitado.
Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla en una sola voz. Ahora en el es- cenario, la soprano Sylvia Schwartz, quien entonó una Jota, un Polo y una tierna canción de cuna o Nana. Ante el torrente de la invitada, Dudamel guardó silencio, pero también cuando los aplausos fueron para sus músicos.
El concierto se inició con La Valse de Maurice Ravel y cerró con el imponente Sombrero de tres picos de Manuel de Falla, cuya Danza final sirvió de bis ante la petición del público.
ÁNGEL RICARDO GÓMEZ
1 comentario:
Gustavo se perfila como uno de los mejores directores del mundo, todo un derroche de talento y ejemplo a seguir por la juventud venezolana.
Tenemos mucho que aportar al mundo, he aquí una buena muestra.
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