Tiene 23 años, casi toda la vida dedicada a la trompeta, al canto y vive un buen momento. La concertina de la Simón Bolívar Big Band Jazz del Sistema Nacional de Orquestas fue la primera mujer venezolana en tocar en la Lincoln Center Orchestra de Nueva York y allí recibió elogios de Wynton Marsalis. El año pasado el Foro Económico Mundial la nombró una joven influyente. Ella no pierde sus perspectivas y encarna su propia versatilidad: se formó académica, tiene el swing del jazz e igual canta en el Juan Sebastián Bar que en la iglesia evangélica donde ministra la palabra
Patricia Sulbarán Lovera
patricias90@gmail.com
Fotografías Marcel Cifuentes
marcelcifuentes@gmail.com
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" You have a great sound". Eso le dijo Wynton Marsalis, uno de los músicos de jazz más destacados de la historia, a Linda Briceño. Todo sucedió tan rápido que ni su tío Rolando Briceño podía creerlo, y eso que él mismo es una leyenda de la salsa en Nueva York que tocó con figuras como Tito Puente y Celia Cruz. "Eres muy suertuda", le decía atónito a la sobrina a la que fue a acompañar. Era un jueves invernal, ella tenía catarro y no podía cantar ni tocar a plenitud. Pero no le importó. La invitación a presenciar un ensayo de la Lincoln Center Jazz Orchestra era como una inyección de anti gripal. Tomó el metro desde Brooklyn hasta Lincoln Center a las siete de la mañana, sin saber que, momentos después, el mismo Wynton Marsalis la pararía de su silla de espectadora para que pasara a ensayar con la fila de trompetas de la orquesta. Cuando lo vio por primera vez, no pudo contenerse y lloró. Si ya era una impresión conocer y charlar un rato con músicos como Marcus Printup, uno de los trompetistas a los que ha seguido desde pequeña, estar a pocos metros de Marsalis era sobrenatural. Era alto e imponente y vestía de etiqueta. Subió a la tarima para interpretar el repertorio junto a otros estudiantes, todos estadounidenses provenientes de universidades prestigiosas de música. La pieza "C Jam Blues" de Ellington definió la atmósfera en la que Briceño haría el solo de su vida. "Printup me cedió muy gentilmente su último solo. Empecé a improvisar y los músicos voltearon porque se sorprendieron de que ese sonido viniese de una mujer, y más de una chica latina. Me gritaban que siguiera, y lo hice hasta que no pude más". Ese instante la había convertido en la primera mujer venezolana en tocar con la Lincoln Center Orchestra. Y lo haría dos veces: al día siguiente no sólo sorprendió a los músicos, sino al público que asistió al concierto. El machismo del jazz. La sala de ensayo del conservatorio Simón Bolívar es una improvisación con final feliz. En el último piso de una casa antigua de la urbanización El Paraíso se resolvió un espacio con aire acondicionado, pero no demasiada acústica. Al menos caben todos. 15 hombres atienden a su partitura y oyen la instrucción del director Andrés Briceño. Al fondo, en la sección de trompetas, resalta Linda Briceño, y por el motivo más simple: es la única mujer en la Big Band Jazz, la inédita agrupación que pertenece al Sistema Nacional de Orquestas, donde sus músicos se permiten el swing del jazz. Bri- ceño no sólo es la única fémina: es la concertina de la banda. Hoy ha traído una franela destapada, cosa rara en ella, y sus compañeros de cinco años de antigüedad se encargan de resaltarle el escote con bromas. No se intimida, le ha tocado defenderse como un "tipo" desde muy pequeña. "El jazz es un género en el que predomina la presencia masculina, y la industria es muy machista", explica desde una voz suave y unas pestañas largas vestidas de rim- mel. El maquillaje es una práctica descubierta recientemente por ella. Cargar los tambores de su padre, estudiar percusión y haberse rodeado de hombres hicieron que no se reconociera en su feminidad. Pocos conciertos tuvieron tanta importancia como aquel en el que su tía Vicky le depiló las cejas. "Mi única presión es la industria. Hay muchas mujeres talentosas a las que no se les ha dado la oportunidad porque no son tan jóvenes, ni tan bonitas. Los empresarios siempre buscan el talento más joven", dice, como si hablara de una profesión como el modelaje y no la música académica. Aunque ser mujer tampoco le ha significado un camino de espinas, más bien una oportunidad para brillar y está consciente de su atractivo comercial. "Si hubiera nacido hombre, no tendría el mismo impacto sobre el ámbito musical", admite. Todos los días ensaya con la Big Band tres o cuatro horas en el conservatorio y al salir toma un autobús que proporciona el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles, o Fesnojiv, hasta el metro de Colegio de Ingenieros. Con su instrumento a cuestas, camina hacia su casa por el bulevar de Sabana Grande, para internarse en su pequeño estudio a cantar y tocar un rato más. El jazz le da la posibilidad de hablar con su voz, mientras que la música académica requiere de una adaptación a los estilos de cada compositor. Pasearse entre géneros no parece inquietarle: lo mismo puede vérsele acompañando un tema de la banda de rock de sus amigos, que descargando un solo de salsa en un concierto o haciendo jamming en Juan Sebastián Bar. El sistema no soy yo. El padre de Linda Briceño es uno de los percusionistas venezolanos que más ha trabajado por la formación integral y académica de los músicos de jazz. Su hija, llamada Linda Lee por un estándar musical de Charlie Parker, fue la primera en seguir sus pasos. A los ocho años ya era la principal en la sección de percusión en la Orquesta Juvenil de La Rinconada. En el ínterin, Andrés Briceño le puso una trompeta entre las manos y determinó el resto de su futuro. Su mentor fue José "Cheo" Rodríguez y ocupó el puesto de principal en la Orquesta Juvenil de Chacao, para luego ser dirigida por Gustavo Dudamel en la Juvenil de Caracas. Allí, a sus adolescentes 15 años, vino la ruptura. Su frustración comenzó por no obtener la oportunidad de ser miembro de la Orquesta Simón Bolívar, su anhelo desde niña.
Fuente: Revista Todo en Domingo |
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