Al igual que otros percusionistas del 23 de Enero, Plaza inició su carrera en el estacionamiento del bloque 5 de Monte Piedad, en “la guataca”, particularmente con el bongó, en los ensayos de fin de semana, junto a la Orquesta Café y a músicos que, como Cheo Navarro, se atrincheraron en una propuesta musical –grupo Mango, orquesta Bailatino, entre otros–, en los que se fraguó un carácter musical capaz de soportar los embates del mercado, sin olvidarse del público.
Como músico profesional, llegó a tocar en el Sexteto Juventud, la Orquesta Culebra y Rumbón 10. Al depurar su trabajo, Plaza se vinculó con el productor Víctor Mendoza, quien puso en órbita a la Dimensión Latina y a Oscar D’ León. Graba con diferentes orquestas (Federico, José Rosario), con El Clan de Víctor –precursora de La Dimensión Latina– y la Salsa Mayor. Se estrena como corista en la orquesta Café, y en ese plan regresa a El Clan de Víctor y a la Orquesta Culebra. Fue un despegue que tuvo eco hasta mediados de los años 80
El declive, lento pero sostenido, fue lo que “agobió” a Plaza. Las presentaciones se volvieron esporádicas, casi una rareza. En eso andaba, sin mayores expectativas, sin destino conocido, hasta que Alfredo Cutuflá, quien se había radicado en París, le propuso que lo acompañara a Europa, como parte del Congo Ventú, que más tarde sería rebautizado como La Charanga Nueva. Plaza sigue en la nómina de Cutuflá y ha participado en la grabación de tres producciones musicales.Antes de viajar al Viejo Mundo, Plaza tuvo el acierto de tramitar una visa de artista, especie de salvoconducto que le permitía desplazarse por el viejo continente, sin mayores sobresaltos.
“La vida del ilegal en Europa es muy jodida”. Las presentaciones en París y en otras plazas, de la mano de Alfredo Cutuflá, rindieron un fruto inesperado. Una de las orquestas más antiguas de Alemania, La Conexión Latina, lo llamó a filas en Munich. Aprendió el idioma en el instituto IBM y la propia exigencia de un mercado rico en experiencia y disciplina musical lo impulsó a estudiar técnica vocal y teoría y solfeo en el Köln Mülheim.
La condición de solista era una escala previsible en la carrera de Javier Plaza. En 1992, organiza su propia orquesta Son–Risa, con la que ha grabado dos discos compactos, cuyos temas son de su propia autoría.
La magia de la salsa es una mezcla de calle y guataca, pero también es una ambición. “Si no desarrollas tu propio criterio, tu propio color, ¿cómo puedes imponer un repertorio original”.
“No me atrevería a ponerles parámetros a los alemanes que interpretan música clásica, pero las veces que quería hacer orquesta, me costaba, porque ellos sencillamente siguen, precisamente, sus propios parámetros; incluso en la salsa, aunque no lo creas. Luché contra esa actitud y grabé una de mis mejores canciones: Zapata. (Zapata es zapata y si no gana empata) ”.
A lo largo de un mes, en las instalaciones de la Fundación Cultural Simón Bolívar, un grupo de salseros venezolanos va a grabar un disco “que se lo presentaremos al mundo”, afirma Javier Plaza, quien motoriza el proyecto.
Originalmente estaba previsto repatriar a siete salseros venezolanos radicados en Europa (Alfredo Cutuflá, Watusi, Carlos Espósito, Orlando Poleo, Yma América, José Ávila y el propio Plaza), “pero los cobres no dieron para los pasajes”. El Proyecto Reencuentro se grabará con Alberto Naranjo, Frank Márquez, Tuqui Torres, Rafael González, Melo, Carlos Julio Ramírez, Marcial Istúriz y José Ramoncini. Una verdadera tromba.
"La mayoría habla español, pero no juegan pelota y eso es grave, porque en esta música hay que jugar pelota y coger seña”. No podrá negarse que la ocurrencia de Javier Plaza ubica a la audiencia en el Caribe, en “el teatro de la calle”, pero supone, igualmente, un escenario distinto, en el que la salsa es un producto de importación, una manifestación exótica y multicultural.
Fuente:
Revista Todo em Domingo 05/02/06
HUGO PRIETO
FOTOGRAFÍA GARCILASO PUMAR prietohugo@hotmail.com,garcilasop@gmail.com
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