Son hermanos, músicos y miembros de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Caras generosamente redondas, ojos vivaces, estatura mediana, lentes de pasta, encantadoras y hechizadas narices romas, manos pequeñas y ágiles, pelo corto, talante directo y austero, elegante y franciscanamente severo, si bien gentil y muy abierto, después de todo. Son gemelos, casi idénticos, pero muy distintos, en realidad. Se trata de Aimon Mata y Gregory Mata, violoncelista el primero, violinista el segundo.
Por Alejandro Ramírez Morón
Fotografía: Néstor Valecillos
Revista Sala de Espera
Ambos, orgullosos miembros de la alineación de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Sí, faltaba más, los vistieron igual cuando eran pequeños, pero niegan sentir en paralelo lo que le pasa el otro; salvo —curiosa cosa, singular circunstancia — porque declaran que las ganas de ir al baño les vienen al mismo tiempo. ¡Ja! Aún así, prefieren atribuir la graciosa coincidencia al hábito, más que al predomio de un gen en común. Después de todo, fueron criados al mismo tiempo, bajo los mismos códigos, y eso pesa más que la sangre misma.
Futuro dorado
Nacen en Barcelona (Estado Anzoátegui) el 18 de abril de 1983. Aimon a las 3:00 pm y Gregory a las 3:05 pm. Cuestión de tempo. Descubren la música a los 9 años, cuando sus padres los inscriben en béisbol, pero la experiencia se pasma en unas pocas prácticas a las que el entrenador ni siquiera asiste. Un tío trabajaba en el Ateneo de Carúpano y los puso en contacto con el Sistema de Orquestas Juveniles, timoneado por el maestro José Antonio Abreu.
Gregory sentía una particular fascinación por el corno francés. Aimon también quería ir por el mundo soplando un instrumento dorado. Gregory estudia unos pocos meses el corno, pero para Aimon solamente había un violoncelo. Luego, al poco tiempo, Gregory se pasa al violín. Viven juntos desde hace 27 años. Primero en casa de sus padres, en la misma habitación. Hoy, en su propio apartamento de La Urbina, cada quien en su alcoba, cada quien con su novia, partituras y numerosos discos regados por doquier.
Se desplazan en un automóvil Peugeot 206, pero Aimon sueña con un elegante BMW, al tiempo que Gregory confiesa su fascinación por las camionetas, especialmente por la última camada de Range Rover.
La pasión por el Gabo
No sentirán en paralelo lo que le pasa al otro, pero en estos momentos ambos leen al nobel colombiano Gabriel Gracía Márquez. Aimon —más extrovertido, miembro de un cuarteto de violines, trajeado con una camisa de rayas verdes— devora Memorias de mis Putas Tristes. Gregory —más dado a la introspección, únicamente concentrado en la orquesta, trajeado con sobria camisa negra— se afana con La Mala Hora.
De estallar una guerra en Venezuela, Gregory se iría a Nueva York. Aimon preferiría Londres o París. La aparente timidez de Gregory desemboca en una predilección por las mujeres voluptuosas, como Jennifer López, al tiempo que la extroversión de Aimon encuentra su resulta en una atracción hacia las mujeres flaquitas, como la actriz Helen Hunt.
A veces se consultan el uno al otro sobre sus partes en la orquesta, a ver que piensa el uno sobre lo que está ensayando el otro. Aimon enfatiza sobre el proceso de ensayo que se debe trabajar buscando lo más cercano a la perfección, y jamás ensayar sobre el error. Este par de gemelos tienen una vida de viajeros errantes, pero, cuando están en Venezuela, sus jornadas de prácticas son kilométricas. Disciplina y rigor son las palabras que mejor los caracterizan. Estos chicos tienen claro que no vinieron a esta planeta a perder.
Si uno les dice Gustavo Dudamel, responden “lo mejor de la música académica Venezolana”. Si a Aimon le lanzan la palabra violoncelo en el pecho, riposta tajante: “mi vida”. Cuando a Gregory se le menciona el vocablo violín, no duda en contrapuntear: “mi pasión”.
Juntos pero no revueltos
Creen en Dios, son católicos, y van a misa menos de lo que desearían. No utilizan amuletos, ni se persignan antes de tocar. Quizás una breve oración al salir de casa. De niños jugaban con el Atari, en casa había una mandolina y un violín de fabricación artesanal. Siempre han sido hermanos muy unidos, codo a codo el uno con el otro, con puntos de vista similares, nada que ver con rencillas o malos tratos.
Han vivido juntos durante 27 años, y confiesan que ni se han dado cuenta porque para ellos ha sido la cosa más natural. Saben que algún día llegará la hora de tomar caminos distintos, pero esa perspectiva está lejos de quitarles el sueño: lo ven como un proceso lógico y saludable.
Vienen de la misma placenta, pero están muy claros en que cada quien debe cargar su cruz, y jugarse por su lado su propio pellejo. Están ahí para ayudarse, cómo no, pero distan mucho de aferrarse a falsos apegos. Son dos triunfadores, y trabajar es la única manera de demostrarlo. Así que se paran, agradecen la entrevista, y emprenden el camino hacia su ensayo, con el gesto rítmicamente galante de dos pequeños y carismáticos emperadores. ¡Música maestro!
Fuente:
Revista Sala de Espera
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