lunes, enero 12, 2009

Ana Enriqueta Terán, soy una poeta mestiza

Ella tiene su fórmula para alcanzar los 90: tomar mucha yerba mate y nunca dejar de escribir poesía. Asistirá, en Valera, a un homenaje que se le tributará, a pesar de que ella siempre ha sido reacia a tales expresiones, sólo para leer una carta que dedica a su padre.

Texto: Alexis Blanco



“El gran poeta español, Rafael Alberti, amigo, a quien conocí en el 46, me llamada ‘La guaricha”. “Pienso que no hay buenas ni malas palabras”. “Con sólo ayudar a que se piense en poesía, ya tenemos un logro grandioso”.

Es posible que “Rita” y “Rigoberto”, los dos loritos reales que animan la vida de la poeta Ana Enriqueta Terán, ya sepan cantar el cumpleaños feliz y amanecerán, el próximo cuatro de mayo, celebrando las nueve décadas de su dueña, quien hasta ahora también les ha enseñado a decir las estrofas de: “¡Alerta!..., que camina la espada de Bolívar por América Latina”.




Habló, largo y tendido, por teléfono, desde su residencia, en la ciudad de Valencia. Voló su memoria por encima de los bahareques cargados de aromáticas florecillas de jazmines; trasuntando por el valle del río Momboy, descendiendo hacia el Sur, por Buenos Aires y Montevideo, sin dejar de lado sus comparecencias por los círculos poéticos de Nueva York y París.

Lúcida, meció sus palabras entre barquitos de papel y golondrinas, mientras confidenciaba dulzuras de mango y delicias de yerbabuena. Afuera, los pájaros gorgojearon truenos y, una vez más, conformó todos esas sensaciones, ora en sonetos, ora en novelas o versos intensos. A cada pregunta, una larga pausa.

—¿Qué duele más: parir o escribir un poema?

—Una pregunta terrible, pero muy indicada para una hembra. (Pausa larga). Me pusiste a pensar. El parto siempre duele. Y el poema, a veces es un placer, otras, un dolor.

—Pero los artificios de la tecnología redujeron los dolores de parto. ¿Sucedió lo mismo con los poemas?

—Esos son lavados de cerebro que nos han hecho a las mujeres. Hasta en la Biblia se habla de los dolores de parto. Toda mujer que ha parido sabe que ese es un dolor sublime. Tuve dos hijos. Un varoncito, que murió 16 horas después de haber nacido; y después llegó mi hija, Rosa Francisca. Es una experiencia extraordinaria, que tenemos las hembras, nueve meses de confidencia con el hijo, algo que no se repetirá más nunca en la vida.











—¿La poesía: es más masculina que femenina?

—Se habla de que no tiene sexo. Pero sí lo tiene. Hay cosas de las cuales sólo podemos dar testimonio las mujeres. Sucede que, al hablar del tema, siempre se nos encasilla.

—¿Cómo se siente cuando, sus colegas y la gente, afirman que usted es la poeta viva más importante de Venezuela?

—Tal vez sea una exageración. Allí están los libros, la obra.

—¿Las buenas palabras, retoñan como las flores tercas?

—Pienso que no hay buenas ni malas palabras. Toda la vida he tenido un buen “rapport”, con la palabras, con el idioma.

—¿Cuando ahora se habla de una transformación en el paradigma educativo, qué papel puede jugar la poesía dentro de la misma?

—Estoy absolutamente de acuerdo con ese cambio. Me parece magnífico. Extraordinario, porque tenía un sentimiento que no estaba acorde con nuestro mestizaje, nuestra cultura. En estos días supe de una cátedra donde se enseña a escribir poesía. Tal vez no se enseñe a hacerlo, pero con sólo ayudar a que se piense en poesía, ya tenemos un logro grandioso.

—¿Hacia dónde irá la palabra ante los nuevos efectos de la globalización?

—Tal vez eso te lo conteste mejor una persona que no tenga mi edad, ni mi modo de actuar. Escribo poesía y punto. Pero, contra la palabra, y el verbo. no puede ir ninguna técnica o adelanto, por mágico que sea. El poema subyace por sí mismo.

—¿Quiénes son sus principales influencias literarias?

—Primero, los clásicos españoles, que se leían en mi casa. Los del Siglo de Oro. Garcilaso de la Vega fue el primero. Santa Teresa, mucho. Después, la poesía francesa, con Baudelaire y Rimbaud. Y los románticos alemanes, del grupo “Tormenta e ímpetu”. Tuve mucho amor por esa poesía.

—Usted tuvo un encuentro temprano con Andrés Eloy Blanco. ¿Cómo la marcó esa Generación del 28?

—Muchísimo. Entre ellos, un primo mío, Joaquín Gabaldón Márquez, Jóvito Villalba, toda esa gente que hizo historia.

—¿Su familia fue perseguida?

—Mucho. Los Terán y los Madrid. Las dos familias. Mi primo, el general Mario Terán Labastida, estuvo exiliado todo lo que mandó Gómez. Mi tío Miguel Antonio Madrid, fue lugarteniente del “Indio Mantilla”, del “Tigre de Guaitó”. Otros dos murieron en las horribles prisiones de aquella época.

—¿Su poesía signa esa épica?

—Está, en los primeros libros. Incluso hay una carta que le escribía a papá y que, creo, me la van a publicar en Valera. No es la carte de Rainer María Rilke. Es un documento muy sensible que será bueno leer.

—Del año 1949, cuando publica Al norte de la sangre y Verdor secreto, hasta 1971, cuando sale de Bosque a bosque, hay un período muy grande. ¿Qué hizo en ese tiempo?

—Me fuí para Morrocoy, en la década del 60. Venía de París, de Buenos Aires y Nueva York. Esos viajes por las grandes capitales del mundo me alimentaron muchísimo. Pero sentí un gran deseo de saber si mi poesía emanaba, verdaderamente, de mi sangre, de mi vida, o era que estaba influenciada por el entorno literario.

—¿El silencio del poeta cuando reclama el sentido de su obra?

—Por dentro ebullía la necesidad de encontrar un sentido de plasmar lo que este pueblo había sufrido. En el Libro de los oficios, hay cantos a los guerrilleros. A Zazárida, donde hubo una mítica escaramuza. Un canto a mi primo, Argimiro Gabaldón.

—¿Alguna vez tomó las armas?

—Nunca. Fue un dolor grande, de mujer venezolana, de madre, de pachamama.

—¿Podría resumir los países que la habitan, a lo largo de esos 90 años?

—Cuando viajé al Sur, me dí cuenta que mi madre, Rosa Madrid de Terán, tenía razón, cuando me decía, a mis siete años, que de no haber sido por Páez y por Santander, Venezuela sería una gran nación y que hubieran terminado todos los requemores. Vengo de una familia de intelectuales, de grandes lectores. Mario Briceño Iragorry reseña con precisión, ese gran país que se llama Venezuela.

—¿Qué aprendió en el Sur?

—El potencial inmenso de América. Cuando conocí a Augusto Sandino, conocí el sentido del gran mestizaje que nos caracteriza. Aprendí a amar las grandes masas indígenas. Soy una poeta mestiza. Y me siento muy orgullosa de eso. El gran poeta español, Rafael Alberti, amigo, a quien conocí en el 46, me llamada “La guaricha”.

—¿Mantuvo una gran relación de amistad con el pintor zuliano Gabriel Bracho?

—Cuando estaba como agregada cultural en Buenos Aires, le hice una exposición allá. A él y Ramón Vásquez Brito. Fue una amistad, profunda y leal, de parte y parte. Los mejores retratos que tengo, me los hizo él.

Fuente: Diario Panorama

2 comentarios:

Susherito dijo...

enhorabuena por esta grandiosa iniciativa, también soy y estoy orgulloso de ser venezolano y es muy grato saber que no todas las noticias que se escuchan de nuestra patria son negativas, de Venezuela hay y también ha dado mucho talento...

Un saludo

Juan Carlos Hidalgo Antigoni dijo...

Aunque no nacì en Venezuela, vine hacen 36 años desde el fragor de la guerra interna en el sur.
Hoy me siento orgullodo de ser Venezolano de corazòn y de que mis libros hayan germinado en este suelo, tierra de esta gran mujer que es Ana Enrriqueta, dueña de un corazòn poètico y revolucionario