El pasado diciembre, la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar emprendió una gira de 15 días por China, Japón y Corea. Allí, las audiencias asiáticas replicaron el fenómeno ya vivido en Occidente y ovacionaron a los venezolanos con total fervor.
Los detalles de este viaje a través del testimonio intimista de Eloísa Maturén (elomat@hotmail.com ) y las imágenes inéditas de Luis Cobelo (luiscobelo@gmail.com )
La conquista de Asia: Entretelones de una gira sin precedentes
Hace 17 años, un ensamble de músicos venezolanos, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, visitó por primera vez Japón abriendo un camino que ponía a Venezuela en el mapa de la interpretación musical académica. El pasado diciembre fue el turno de sus alumnos, los miembros de la Orquesta de la Juventud Venezolana Simón Bolívar que por primera vez se embarcaron a la conquista de Asia.
Luego de arrancar ovaciones en los escenarios más exigentes de la música clásica occidental, la brújula apuntó hacia un nuevo destino, esta vez un poco más al este.
La gira de dos semanas permitió a esta agrupación junto a su director, el maestro Gustavo Dudamel, dejar una huella imborrable en las audiencias de Pekín, Seúl, Tokio e Hiroshima.
Esta ocasión escribió también las páginas iniciales de la historia del director Gustavo Dudamel en el lejano Oriente. Para nadie es un secreto que Dudamel, en el curso de los últimos cuatro años, ha dirigido las orquestas más prestigiosas de Europa y América. Además, tiene sobre sus hombros la responsabilidad de ser considerado el director de orquesta más exitoso de su generación, no sólo porque su nombre está asociado a estos templos de la música clásica, sino por la marea que ha generado en las audiencias que generalmente acuden a los conciertos. Dudamel ha logrado que los jóvenes muestren entusiasmo ante Beethoven o Mahler. Se abre así una brecha que podría cambiar el panorama de lo que hasta ahora era usual en una sala de conciertos: demostrar que los acordes de Tchaikovsky y Ravel pueden ser tan atractivos como Aerosmith y Coldplay.
Estación: China.
Con todas las expectativas, las maletas llenas de anhelos y chaquetas tricolores, la orquesta comenzó su gira visitando China. Para los muchachos, esta primera parada fue una experiencia cultural reveladora ya que tuvieron la oportunidad de conocer varios de los sitios más emblemáticos de Pekín. Así, La Gran Muralla, la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo y el Mercado de la Seda se llenaron de risas y entusiasmo venezolano. Ni siquiera el frío feroz pudo impedir que aquella muralla construida hace más de 2.000 años se mostrara en todo su esplendor.
Con estos jóvenes músicos, hasta el más cotidiano de los eventos puede convertirse en todo un reto.
Es una empresa titánica trasladar a más de 200 personas en seis autobuses de un lado al otro y lograr que nadie se pierda en el camino. Y ante las predicciones de bajas temperaturas, el día antes de la visita a la Gran Muralla, los coordinadores del grupo debieron salir a comprar gorros y ropa interior térmica, para garantizar que nadie saliera sin el abrigo adecuado. Había que verlos llegar a una tienda y pedir al dependiente 240 gorros de esos azules y otros 240 pares de guantes. Por suerte, en China están acostumbrados a que todo es al mayor.
Otra de las particularidades de este viaje fue el impacto del jet lag masivo. Más de uno se dejaba vencer por el sueño a las cinco de la tarde, para descubrir con horror que a las tres de la mañana su cuerpo estaba listo para enfrentar el nuevo día. Salir del hotel no era una opción, porque entre el frío y la dificultad de comunicarse en inglés hasta el más osado desistía de la iniciativa. Aprovechar la energía para ensayar tampoco servía, había que ser considerado con aquellos afortunados que para ese momento sí conciliaban el sueño. Pero había una luz al final del túnel, una que, para asombro de los asiduos, fue la opción escogida por más de uno: el gimnasio.
Durante los primeros días, las instalaciones deportivas del hotel, de dimensiones considerables, se vieron colmadas a las cuatro de la mañana por músicos venezolanos insomnes. Hasta había que pedir el turno para usar las caminadoras o la elíptica. Cuando se les preguntaba si ese entusiasmo por el ejercicio era usual entre ellos, lo único que se obtenía a cambio eran carcajadas. Incluso se comentó que si se hacen estos viajes más a menudo se lograría una orquesta de puros atletas. Hacia el final de la gira, fueron pocos los que mantuvieron el ímpetu inicial de trotar.
El otro pasatiempo para los madrugadores negados a sudar, era instalarse cómodamente en el lobby del hotel. Un espacio agradable y con grandes asientos, perfecto para tomar un buen té verde y conversar. Aunque en este caso la verdadera motivación venía dada por la conjunción de las siguientes tres palabras: Internet / Wi-fi/ Gratis. Cuando la Orquesta no estaba ensayando, durmiendo o en alguna visita por la ciudad, el lobby se colmaba de ávidos internautas desesperados por colgar en Facebook las últimas fotos o conectarse a Skype para conversar con la familia.
Gracias a su juventud, pocos de estos muchachos recuerdan lo que era un buscapersonas o un fax. Para ellos, utilizar el servicio de mensajería Blackberry es lo más natural y obvio del mundo.
Incluso se ha convertido en la herramienta por excelencia para estar en contacto con los propios compañeros de la Orquesta. La forma ideal de organizar un encuentro o comentar alguna información importante, está a la vuelta de un mensaje de texto. Claro que las verdaderas dificultades se presentaron en Japón, donde la plataforma de telefonía celular es de tercera generación, lo que hizo que la mayoría de sus celulares se tomaran un merecido descanso.
Allí los chicos debieron ponerse en contacto con viejas tradiciones y recurrir a los clásicos teléfonos públicos.
Aparte de la cámara de fotos, infinitamente necesaria para documentar lo que acontece en cada punto de la gira, el otro objeto indispensable es el PSP, una consola de juegos portátil que resulta perfecta para los tiempos de espera, ya sea en aviones, aeropuertos o autobuses. Este aparato posee un sistema de red inalámbrica que permite interconectar varios equipos a la vez. Por eso, no era raro ver en el avión a un grupo de cuatro chicos que, concentrados en sus aparatos, disputaban torneos de tenis o fútbol que son los juegos más populares por sus cualidades colectivas.
Para pasar el tiempo algunos decidían también leer, escuchar música o incluso más de uno decidió sacar el juego de mesa, garantizando así el entretenimiento de hasta ocho compañeros. Los vuelos cortos eran la ocasión perfecta para juegos como el clásico Stop o el juego de cartas Uno. Como la gira coincidió con la época decembrina, un grupo de la Orquesta incluso se animó a organizar un intercambio de regalos.
Lo más divertido eran los regalos diarios: alguien recibió unas patas de gallina en conserva adquiridas en algún mercado chino o una pequeña tijera, manera sutil de sugerir un corte de cabello.
Rumbo a Japón.
Uno de los momentos más esperados por todos en cada ciudad era la reacción del público. Rumores iban y venían con respecto a la frialdad o la poca experiencia de las audiencias. En Japón y Corea existe una tradición de música clásica occidental importante, pero en China es un fenómeno relativamente reciente que ha tenido un gran auge en los últimos tiempos gracias al estrellato internacional alcanzado por uno de sus artistas más emblemáticos, el pianista Lang-Lang, protegido de Daniel Barenboim e icono para esta nueva generación de chinos que han encontrado en las notas de Beethoven y Chopin una nueva forma de expresión.
Una vez más se pudo confirmar lo que durante los últimos cuatro años ha llenado de orgullo a todo el país. No hay audiencia en el mundo, por conservadora que sea, que se haya quedado inerte ante el huracán musical de estos venezolanos. Ese público que asiste a estos conciertos, tal vez un poco incrédulo, ve transformada su curiosidad en certeza y pasa de la apatía a la euforia en menos de dos horas. La gira por Asia fue la demostración perfecta de este fenómeno, en especial la audiencia japonesa, catalogada como templada y poco expresiva, al final de cada concierto, sin lograr contener la emoción, agradecía a la Orquesta con ovaciones de hasta 20 minutos. Se puede decir que, en efecto, esta es una experiencia transformadora que permanece en la memoria.
Fue realmente increíble ver a esta diversidad de público moverse al ritmo del "Mambo" de Leonard Bernstein, que tradicionalmente este ensamble interpreta como bis, ataviados con la chaqueta tricolor. Pero más asombroso aún fue ver la euforia colectiva que se desencadenó en el momento en que, al finalizar el concierto, los jóvenes se desprenden de sus chaquetas y las arrojan al público como obsequio. Marejadas de personas se aproximaban al escenario con la ilusión de llevarse el tricolor venezolano a casa. En uno de los conciertos en Tokio, sentada a mi lado, se encontraba una joven japonesa que aplaudió tímidamente y estuvo siempre muy recatada. En el momento en que comenzó el ritual de las chaquetas, se apoderó de ella una vitalidad sin precedentes y sin ningún pudor saltó sobre mí y unas cuantas personas más para poder asirse a una de las prendas. Luego volvió a su asiento y con una sonrisa que no cabía en su rostro empezó a hacernos reverencias a modo de disculpas. Por un instante me sentí en una de esas bodas donde la chica más tímida entre las solteras, al momento de lanzar el ramo, se desprende de los zapatos y se va de cabeza contra la señora mayor con tal de quedarse con el trofeo.
La edad promedio de este ensamble es de 20 años. Está integrado por jóvenes músicos provenientes de todo el país
Los críticos más flemáticos del mundo de la música clásica han expuesto cientos de razones tratando de explicar el fenómeno que representa este conjunto: la excelente ejecución de los músicos, la característica pasión con que asumen la partitura, la comunicación que existe entre ellos y su director Gustavo Dudamel. Esta vez decidí indagar en los protagonistas, para descubrir qué es lo que hace que estos chicos enciendan la llama de la música académica hasta en el corazón más ajeno. Y para eso hay que volver a los principios que inspiraron al maestro José Antonio Abreu al crear el Sistema de Orquestas. El aprendizaje de la música orquestal le da al individuo la capacidad de aprender, aparte de las tradicionales capacidades musicales, el sentido de comunidad, de sensibilidad social, de trabajo en equipo y solidaridad. Esa filosofía ha calado hondo, tanto que es el estandarte que caracteriza el trabajo de la Orquesta. Muchos de los músicos también comentaron que sentían a la Orquesta como su familia, al punto que, muchas veces, sobre todo los que nacieron en el interior del país, comparten más con sus compañeros de atril que con sus hermanos o primos.
También ha sido determinante el que el propio Dudamel haya crecido sentado en uno de estos atriles. Para él, el hecho de estar hoy liderando cada detalle desde el podio es meramente circunstancial, pues se siente un miembro más del ensamble. Es probablemente esta cercanía lo que permite ese intercambio mutuo; esa doble comunicación que hace de cada interpretación un evento sublime. Pero hay una frase que se repite sin cesar en las bocas de estos jóvenes, y que probablemente atesore el secreto de tanto éxito.
Formar parte de esta Orquesta no es un trabajo, es la vida.
Gracias a la internacionalización de esta agrupación y el éxito sin precedentes que ha conseguido Gustavo Dudamel, el mundo entero tiene sus ojos puestos en Venezuela y en este modelo, que no sólo representa un ejemplo de excelencia, sino de los beneficios sociales que implica la masificación de la educación musical. align="justify">Cada vez que la Orquesta de la Juventud Venezolana Simón Bolívar se presenta en algún escenario del mundo, hay cientos de personas inspiradas y convencidas de que un proyecto como este debe ser una norma, porque, como bien expresa el maestro Abreu, la enseñanza musical es un derecho de todos los jóvenes y niños.
Última parada: Hiroshima.
Pero no todo fue diversión y risas. Este viaje tuvo también momentos de reflexión. La última parada antes de regresar a casa fue la ciudad de Hiroshima. Previo al ensayo del día, la Orquesta hizo una visita al monumento erigido por la paz luego del ataque de aquel nefasto seis de agosto de 1945. El lugar, donde hace 63 años explotó la primera bomba atómica de uso no experimental del mundo, es hoy un hermoso parque con un austero arco de cemento que guarda una llama perpetua por la memoria de los caídos.
El grupo se acercó al lugar para colocar una ofrenda floral y rendir un pequeño homenaje, dejando las insignias que identifican al Sistema de Orquestas como señal de respeto. Fue un minuto de silencio que se extendió infinitamente. Muchos ojos se llenaron de lágrimas de sólo imaginar el horror que se pudo haber vivido en ese lugar. Luego de una corta visita al museo que reseña la historia de aquel momento, era hora de volver al teatro y hacer frente al ensayo y posterior concierto.
Al llegar a la sala se notaba que los chicos estaban silenciosos y la algarabía que los caracteriza brillaba por su ausencia. Al volver al camerino, encontré a Dudamel pensativo y cabizbajo, me senté a su lado en silencio y así permaneció hasta que finalmente me dijo "este es un momento muy triste, pero nuestro mensaje debe ser de esperanza. La mejor ofrenda que podemos dar al público esta noche es entregar nuestra alma a través de la música".
Tras algunos minutos, la Orquesta se reunió sobre el escenario para comenzar el ensayo y Dudamel repitió a los muchachos lo que acababa de decirme. "Esta noche debemos tocar para esos niños que no tuvieron la oportunidad de estar aquí hoy. El mensaje es sencillo. Nosotros sabemos que es posible cambiar el mundo si ponemos nuestro corazón y todo nuestro empeño en lograrlo.
Queremos un mundo mejor y vamos a conseguirlo".
La Orquesta planea próximamente una gran gira nacional
Fuente:
Revista Todo en Domingo
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