“Es un orgullo que nuestros tapices llegaran a países como Estados Unidos, España, Italia, Francia. Muchos de los turistas que nos visitan en el Mercado de San Sebastián deciden llevarse parte de nuestra historia. El arte de los tapices nació conmigo. Es un orgullo hacer estas piezas que representan a mi pueblo. Son horas y horas de trabajo para lograr un diseño único, por eso se necesita mucha paciencia y, sobre todo, vocación”, afirma.
“Mis mantas llegaron al Miss Venezuela”
¿Quién podría imaginar que detrás del esplendor de uno de los concursos de belleza más impactantes del mundo, está el arte creativo de una sencilla, pero talentosa indígena wayuu? Su nombre es Sara Matheus, de 42 años, y junto con el diseñador Douglas Tapia, estuvo a cargo de las mantas que lucieron este año las candidatas al Miss Venezuela 2007, en la noche final.
“Soy artesana de corazón. Vivo a través de mis tejidos, de mis mantas y chinchorros. Es lo que sé hacer y para eso vivo. Hice los bordados de cada manta, las llené de color y movimiento. Llegaron al Miss Venezuela. Se trata de un trabajo que requiere mucha dedicación”, dice.
Matheus también crea los apliques étnicos a las prendas que el diseñador Algimiro Palencia ha llevado a las pasarelas de Miami.
“Cada diseño tiene un significado”
Justo en el kilómetro 28 del sector La Popular, en el municipio Mara, cada día 30 mujeres wayuu dedican su jornada a la creación de los bolsos o susus que, no sólo les permite llevar —con su venta— el pan a sus mesas, sino generar parte de los ingresos que la Fundación Wayuu Taya necesita para sus obras sociales.
Alexi Bracho, de 52 años, es una de ellas. “Ésta es la herencia que me dejó mi familia: la habilidad para tejer y crear artesanía wayuu. Cada dibujo y diseño tienen un significado. Usamos colores vivos”.
La fundación, creada por la top model de origen wayuu, Patricia Velásquez, ha llevado estas creaciones a grandes urbes como Nueva York y a las tiendas de los diseñadores Durán & Diego.
“Hago las artesanías con cariño”
“Desde niña aprendí a hacer chinchorros doble cara, mantas, tapices, collares y, por supuesto, los atrapa sueños. Esos que nos ayudan a descansar tranquilos al ahuyentar las pesadillas y, dar la bienvenida a los buenos sueños. No creo que sea una superstición, porque colocar estas plumas de colores en las puertas de la casa, forma parte de nuestras tradiciones”.
Así sintetiza Cira Perozo, de 55 años, la naturaleza de su trabajo como artesana. Junto con su familia, en el municipio Páez, aprendió que “hacer las artesanías con cariño hace la diferencia entre lo ordinario y lo delicado”.
“La paciencia es la base de todo. Hacer un chinchorro doble cara, por ejemplo, te puede llevar hasta dos meses. Por eso son piezas únicas, que tienen para nosotros un gran valor”.
“No hacemos moda sino tradición”
“Desde que era una niña he visto cómo mi mamá, mis tías y mi abuela han dedicado sus manos a crear. La artesanía wayuu no es una moda, sino una tradición, es el reflejo de lo que somos y sentimos”, expresa Cotto Perozo, de 30 años.
Como joven, ha propuesto que las bellotas que tradicionalmente se usan para adornar las sandalias indígenas, ahora se luzcan como zarcillos y collares.
“Me gustaría que mis hijos, Luis Mario y Pablo Carlos, continúen mi camino. No hacemos moda sino tradición. A ellos les hablo en wayuunaiki y los animo a aprender a vender el arte que hacemos con tanto esfuerzo. Pablo Carlos, por ejemplo, que tiene cinco años, tiene habilidad para ser comerciante y, eso es bueno porque nosotros los wayuu debemos sentirnos orgullosos de lo que hacemos”.
Fuente: Facetas
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