martes, octubre 31, 2006

Eduardo Marturet asumió la dirección de la Orquesta Sinfónica de Miami

Nacido en Caracas este talentoso músico es uno de los directores de orquesta más prominentes de Sudamérica. Eduardo Marturet vincula su éxito con el desarrollo musical de Venezuela y, al ser nombrado director titular de la Orquesta Sinfónica de Miami, a la par de su nominación a los premios Grammy Latino, en la categoría de música clásica, dedica esos logros a sus compatriotas, felices como él ante este momento estelar que experimenta uno de sus más talentosos artistas.
El pasado sábado, en Caracas, Marturet condujo a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, en la gala de homenaje al compositor polaco Krzysztof Penderecki.
“Somos del primer mundo”
Texto: Alexis Blanco
Diario Panorama



—¿Qué puede derivar de su nombramiento como director de la Sinfónica de Miami?
—Es algo muy importante para Venezuela, entre otras cosas, porque tenemos la posibilidad de hacer una buena programación con obras de Latinoamérica. De hecho, ya empezamos con ello, porque abrí la temporada, el 14 y 15 de octubre, mi repertorio se llamaba Miami, una fusión de las Américas.
—¿En qué consistió?
—Tocamos música de compositores como Juan Carlos Núñez, de Venezuela; Arturo Márquez, de México; Georges Gershwin y Aaron Copland, norteamericanos y también tocamos música de Franco De Vita, incluido el estreno de una obra suya, llamada Otoño.
—¿Cómo resultó esa experiencia de trabajar con un compositor popular, como De Vita?
—Siempre he tenido un contacto muy estrecho con la música popular, porque para mí no hay diferencias: es mala o es buena. Las raíces de la música clásica están en el pueblo. Luego se convierten en arte.
—¿No cree que recién comienza a hacerse justicia con la música académica, cuando se le postula para el Grammy?
—Sí, de hecho, la Academia le adjudicó ese espacio, que aún resulta pequeño. Porque, si te pones a ver, hay una sola categoría clásica, mientras que en vallenato, por ejemplo, tiene cinco. Sin desmeritar a ese género u otros, como el reggaetón o el technomerengue.
—Usted está postulado por el disco que hizo dirigiendo a la Sinfónica de Berlín. ¿Cuánto de vallenato podría meterle a esa institución tan legendaria?
—(Risas). Eso me parece más complicado, porque Berlín está un poco más alejada de nuestra realidad. Pero ten la seguridad de que con la Sinfónica de Miami lo haremos en su oportunidad. De hecho toqué, en este programa, un concierto del cubamo Paquito de Rivera, con el flautista Luis Julio Toro, que tiene salsa por todos lados. La obra de Franco causó sensación, el público quedó fascinado.
—¿Cuánto tiene que ver en su designación en Miami, así como en la postulación al Grammy, el boom, musical de Venezuela?
—Dices algo muy cierto: Soy producto de ese boom venezolano. Mantengo una estrecha relación con el movimiento de orquestas infantiles y juveniles de Venezuela. Siempre la he tenido. Por cierto: La primera de estas sinfónicas que dirigí, fue la del núcleo de Maracaibo, en 1978. Técnicamente fue mi debut en el país, cuando regresé de Londres. Gracias al trabajo tan importante que ha hecho el maestro José Antonio Abreu. En Miami se supo de mí, por Berlín y por Venezuela.
—¿Qué opinión tiene de esa eclosión de talento zuliano?
—Admirable. Soy amigo del flautista Huáscar Barradas, y del violinista Alexis Cárdenas, quienes desarrollan proyectos alternativos de música popular. También está otro joven muy talentoso, Simón Gollo, cuyo festival de verano resulta una referencia muy importante. Maracaibo se ha comportado como un pueblo orgullo del país, en todo sentido. Se ha comportado mucho más valiente que Caracas y recuerde que soy caraqueño. No lo digo por estar hablando con usted. Es importante decir que allá, en Maracaibo, hay miembros de la Academia, que deciden sobre quiénes ganan el Grammy. Mi postulación la debo, en gran medida, a quienes allá apoyan mi trabajo. Se los agradezco.
—¿Cómo enfoca al país político, un artista universal como lo es usted?
—Ha sido todo muy traumático. Siento que nos merecemos el espacio que defendemos. En todo sentido, como artistas y como ciudadanos. En todo el planeta se paga un precio muy alto por lo que sería la urbanización, porque, en las grandes ciudades, se pierde control del entorno. Si extrapolas eso a nivel masivo, veremos que, en gran medida, nos hemos dejado alienar por la ciudad y hemos perdido la noción de defensa del espacio.
—¿Qué sugeriría Eduardo Marturet para mejorar el país?
—Insisto con Maracaibo como ejemplo. No lo digo por adular, sino porque cada vez que voy allá así lo siento. Y se lo digo al público. Admiro tanto ese sentido de pertenencia que ustedes tienen tan arraigado. De orgullo por el gentilicio. Y son muy generosos, en todos los planos.
—¿Cómo enfoca, en este momento histórico, el rol participativo del sector privado en los fenómenos de la cultura?
—Antes era parte de un boom que recién comenzaba a desarrollarse. El mecenazgo privado no existía y comenzó a ser un escenario corporativo muy importante, si recordamos los años 80 y 90 del siglo pasado. Después vinieron los problemas que todos conocemos, menguaron las garantías económicas y eso pasó a ser algo heroico.
—¿En qué sentido lo afirma?
—El mecenazgo cultural privado es muy difícil ejercerlo en las condiciones en que se desenvuelve el país. Es algo extremadamente especial que todavía, a estas alturas, donde las decisiones económicas son tan movedizas a la par que fuertes, por los intríngulis legales y las cuestiones impositivas, existan instituciones y personalidades de la empresa privada que todavía tengan esa mística de ayuda. Y bien canalizadas, en las áreas de salud y educación. Maracaibo también da el ejemplo, con instituciones que ustedes conocen mejor que nadie.
—¿Cuán importante es la presencia de Penderecki?
—La presencia de uno de los más grandes compositores vivientes en Venezuela es el resultado de otra de las grandes estrategias del maestro Abreu. Fue él quien trajo al país a creadores memorables, como Simon Rattle o Claudio Abaddo, entre los mejores directores. Y no sólo se trata de Penderecki, porque allí está John Adams, en Viena, quien se llevó un grupo de venezolanos, de la Schola Cantorum y de La Nueva Camerata, para estrenar allá su nueva obra, El árbol floreciente. Somos un país del primer mundo, musicalmente hablando. La única posibilidad, en nuestro oficio, es la excelencia
—¿Cómo evalúa su experiencia cinematográfica, al hacer la música de Miranda, el filme de Diego Rísquez?
—Antes había trabajado con él, en la música de Manuela, que era como mucho más femenina, con una estética especial. Miranda fue todo lo contrario: mucho más fuerte, sin olvidar que el héroe era melómano, por lo que usé muchos solos de flauta. Tengo proyectos especiales. Por cábala, no puedo abundar en los detalles, pero tengo unas ofertas de Hollywood. Creo que será una noticia muy bonita para todos nosotros, incluso más que el Grammy. No todo allá es tan comercial. Será bueno para todos. Miami conecta con el país.

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